Literatura
Actualizado el 31 de Diciembre de 1969


El Huevo de la Mentira


El espacio literario y un cuento del periodista y escritor Enrique Pfaab

El huevo de la mentira

Y una vez, aprendí a mentir. Creo que tenía seis años, tal vez siete. Iba a una escuela que recuerdo inmensa. La Marcos Sastre, en San Fernando. Ahí hice primero, segundo y la mitad de tercero. De esos años recuerdo a mi maestra Elsa y a mi compañerito de banco, Daniel Arroyé, que vivía en un primer piso y justo sobre una heladería. ¡Toda una gloria, para un pibe de primaria!

Y recuerdo también cuando aprendí a mentir.

Por algún motivo ya olvidado, en la escuela habían organizado la carrera del huevo en la cuchara.

Los días previos yo había analizado las posibilidades de victoria. Eran cero, o casi.

Mi viejo, viudo muy reciente, me había tratado de convencer, durante todos esos días. Sus argumentos se basaban especialmente en la importancia de participar, más allá del resultado. Pero a mí, la posibilidad cierta de una derrota no me parecía aceptable.

Finalmente, más por tratar de dejarlo tranquilo que por estar convencido, le dije que correría con el maldito huevo.

La noche anterior mi viejo hirvió el huevo durante 10 minutos y me explicó que no se rompería si se caía.

Dormí mal esa noche y, al día siguiente, no encontré excusas para no ir a la escuela.

Cuando la maestra nos llevó al enorme salón de actos donde debíamos correr, me invadió la angustia. Pensé en 32 escenas, todas ellas teniéndome como protagonista de un enorme papelón y siendo el centro de las burlas.

Oculté la cuchara y el huevo en el bolsillo del guardapolvo y le dije a la maestra que me había olvidado de traerlos. Y no corrí.

Cuando mi viejo llegó a casa, a la noche, no me animé a contarle la verdad. Pensé que su desilusión sería enorme. Entonces le mentí. Le dije que había corrido. Que había ganado. Que mi desempeño había sido maravilloso. Mi viejo me abrazó, feliz. No recuerdo haber sentido una tristeza igual.

Mi viejo murió, muchos años después. Nunca le conté la verdad. Se fue, creyendo que su hijo mayor había corrido y ganado esa carrera.

Hoy pienso en él.

Pienso en ese niño de 7 años y me dan ganas de abrazarlo. Decirle que yo se la verdad y que es lo mismo que si el viejo la supiera. Y que él, como yo, también lo abrazaría.

Enrique Pfaab


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