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Actualizado el Viernes 17 de Agosto de 2018


El Viaje del Más Grande


En el 168° aniversario del fallecimiento del General José de San Martín, recuperamos una nota emitida por la agrupación Granaderos Bicentenario

Era agosto de 1849, cuando decide, como lo había hecho Simón Bolívar antes, acercarse a la costa del mar, buscando las brisas vivificantes del océano. Quizás la proximidad de ese inmenso mar, lo acercaban un poco más a las orillas de su lejana tierra amada.

Las ganas de vivir, habían empezado a menguar en 1845, cuando el afamado oculista Sichel, le había prohibido la lectura, una de sus grandes alegrías y entretenimientos de su vejez. Llegó incluso a someterse a una operación de cataratas, que además de haberlo sumido en gran dolor, pocos resultados aportó. Poco a poco las cataratas fueron internándolo en las penumbras de una ceguera cruel.

Así llegó al Canal de la Mancha, en el norte de Francia, a un lugar llamado Boulogne Sur-Mer. Alquilaba un piso, propiedad de Monsieur Adolph Gérard, en el 105 de la Grande Rue. Allí vivió su último año y medio.

Sabía que el final estaba cerca. No había en las palabras de aquel venerable anciano, palabras de reproches para con nadie, ni siquiera para con su Patria, que lo había olvidado. Sólo pasaban por su mente, los recuerdos gloriosos de años pasados, años de su vida sacrificada en pos de la Libertad e Independencia Americanas.

Unos días antes de su partida Don José, luego de sufrir una descompensación y agobiado por grandes dolores  le dijo a su hija "Es la tempestad que lleva al puerto" 

Moría dignamente, con la dignidad que solamente pueden tener los justos, los puros de alma y corazón.

El 17 de agosto de 1850, empezó su agonía. Durante la mañana de ese día amaneció algo mejor, a como se había acostado la noche anterior. Se recostó en un sillón que estaba en la pieza de Mercedes, y pidió que se le leyeran los diarios. Él no podía. Almorzó normalmente. Sin embargo, pasado el mediodía sintió un fuerte dolor abdominal, con una gran sensación de frío. El Doctor Jardon, su médico personal, que había sido llamado con urgencia, supuso que era otro más de sus habituales ataques de dolor estomacal. Pero, aquel que había visto a la muerte a los ojos muchas veces, supo que era su turno. Estaba muriendo, y lo entendió con dignidad y serenidad. Le pidió a su yerno que lo condujera a la cama, mientras decía entre dientes: "Esta es la fatiga de la muerte".

Muy probablemente una hemorragia gástrica, fue la culpable de su partida.

Cerró los ojos ciegos, los mismos ojos que habían visto la muerte cercana en "San Lorenzo", la Gloria de "Chacabuco" y "Maipú", los mismos que habían presenciado la Independencia de Chile y del Perú, tuvo una breve convulsión, se desmayó, y expiró rodeado de su familia, y unos pocos amigos, a las tres de la tarde, a la edad de setenta y dos años, seis meses y veintitrés días. El reloj de la pared detuvo su andar, justo a esa hora, inmortalizando aquel instante por toda la Eternidad.

Detrás de la partida de aquel venerable viejo, Padre de Tres Naciones, quedaba para siempre la Gloria Inmarcesible, de ser EL ARGENTINO MÁS GRANDE DE LA HISTORIA.

Fuente: Granaderos Bicentenario


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