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Actualizado el Martes 21 de Febrero de 2023


Devociones de cosecha


Un relato de ficción sobre pueblos, costumbres y vendimias, por Matías Edgardo Pascualotto, autor de “Las políticas hídricas y el proceso constitucional de Mendoza”.

Apretujadas bajo el vestido regio, las candidatas sobrevivían los nervios de la víspera. Las rodeaban las mujeres encargadas de engalanarlas, secundadas en sofocante número en el pequeño saloncito de la casa municipal. En tanto, las niñas se mantenían quietas, quietitas, como les indicaban, tratando de no pincharse con los alfileres que inundaban sus ajuares, mientras miraban sus manos curtidas, ayer mismo encargadas de la faena impuesta por la cosecha, en las fincas patronales.  Idas y venidas, carreteles de hilo, enhebrados, dedales, tijeras y brillosos géneros completaban el conjunto, acompasado por una catarata de pedidos, apuros y encargues que recordaba a un nervioso enjambre de abejas, como una múltiple reproducción de las meninas de Velázquez.

Afuera, en la antesala, dos ordenanzas preparaban el palco que habría de servir de privilegiado lugar a las autoridades del pueblo y sus esposas. Mientras montaban las guirnaldas sobre la improvisada techumbre, sobre las hileras de pequeñas sillas de la escuela pública prestadas para la ocasión, comentaban la novedad del inminente arribo del ministro provincial a los festejos de vendimia, honrosa novedad pueblera que había tenido al trote al personal municipal en las vísperas de la jornada, bajo el azote de las mandas mil veces multiplicadas del intendente, transmutadas en un ejército de escobas, baldes, pinturas, regado de calles y movimiento de muebles que revolucionaron el viejo edificio comunal.

Vislumbrábanse sobre  la arteria, la principal del pueblo, cortada desde temprano en sus dos esquinas más próximas, los grupos de vecinos, prestos a ocupar los lugares frente al palco, sobre la vereda opuesta, la de la plaza del lugar, munidos todos de uno que otro refrigerio y eventuales sillas materas, portadas previsoramente por el varón de la casa para aplacar el cansancio de su patrona. Ufanas las familias, en sus pilchas de domingo, oteaban las ventanas del edificio municipal, tratando de vislumbrar a las candidatas, forzaban vistas hacia el horizonte esperando el polvaredal que trajera en andas el coche del ministro y sus cohorte sobre el callejón de acceso al pueblo, y observaban insistentemente las esquinas de la plaza, esperando ver aparecer tras alguna ochava,  el corso de disfraces organizado por las maestras de la escuela, que cerraría el cortejo de los pingos, los aperos, y los trajes gauchos.

Más allá de la chismografía del lugar sobre la elección de la niña que se vería agraciada en la elección del reinado, que especulaba votos a favor o en contra, fundamentados los primeros en la belleza, la ternura, la humildad, de una, y los segundos, contrariamente, en la amistad de los patrones con algún influyente caudillo del lugar, la alegría trascendía la disputa, y al avance de las horas, los grupos de habitantes inundaban el lugar para protagonizar en primera persona los festejos, ilusionados con los premios de la rifa prometidos por el club social, cuya sede, veredas 

Matías Edgardo Pascualotto. Máster en Historia


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