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Actualizado el 21 de Junio de 2023


Indicios de una estética populista


Algunas representaciones tras la saga del legado populista En esta columna, algunas reflexiones sobre los populismos y sus beneficiarios, tras el discurso de la pobreza como negocio personal, por Matías Edgardo Pascualotto, Máster en Historia de las Ideas Políticas Argentinas.

Hay ciertas épocas que sorprenden con sus rasgos exacerbados. En dicho sentido, Ortega y Gasset, cuando analizaba ciertas características de la sociedad occidental de principios de siglo XX, en su icónica obra hacía hincapié en el hecho del lleno, de la cantidad, en referencia a la ocupación de los lugares públicos. Lugares que, diseñados justamente para la gente, como él mismo afirma, y destinados a ser ocupados por las personas, sorprendían, no obstante su observación, por el aumento exponencial de las cantidades de usuarios de los espacios como las plazas y los cafés, precisamente destinados al público, pero que abrían esa década del 30’ con una utilización desusada hasta ese momento. La sociedad de masas comenzaba a azuzar la vista de esos ojos de búho analítico de los que él mismo habla.

El siglo traerá tras todo ello otras reivindicaciones que llamarán más adelante la atención de las miradas de tinte conservador como la del autor español, que rasgarán ciertas vestiduras ante las reivindicaciones del pueblo. Los reclamos del Estado de bienestar ganarán las calles, y las improntas de las ideas de principios de siglo cuajarán, aportando a la masa poblacional leyes laborales, derechos a la vivienda y al confort doméstico y posibilidades educativas. Nuestros abuelos, esa descendencia de los barcos (en el buen sentido destacado por Octavio Paz, no en el otro tristemente parafraseado) podían ahora educar a sus hijos, y estos, a sus vez, progresar brindando ventajas a su descendencia. Hasta aquí un conjunto de las buenas cosas.

Pero, en algún momento, la justicia le escapará al volantazo en el curso del camino de la justicia. Y así, no obstante la democratización y el equitativo reparto del bienestar, que, con justicia, impulsó un gran cambio más allá de las banderas, surgirán los gérmenes, las rémoras de un pasado de privilegios de clase, ahora, a la carta populista.

El juego de las ilusiones y el uso de la propagandística en boga tras la radio, la cartelería, la televisión, y hasta los manuales escolares (de los cuales hoy aun lamentablemente ronda algún, espectro), harían su trabajo, y el populismo haría de lo genuinamente popular su alimento, recreando con su propia estética un universo particular.

La mesa de los jerarcas del régimen estaba servida, y sobre las ásperas manos necesitadas de trabajo, y las lágrimas de la ilusión de los padres prestos a la mejora de sus hijos, rondará, tras el voto, el corso de los tapados de pieles, los autos lujosos, las sedas, los viajes, los perfumes, los bronceados cócteles a la vera de las piscinas, los recitales de esos vanguardistas del arte - devocionarios de su bohemia, pero financiados por el nuevo patrono- haciendo la inauguración de la otra cara del siglo, la del negocio local.

Un circo beat con festejo de cumpleaños en pandemia.

Así, si nos sentamos en cualquier plaza céntrica a la manera de Ortega y Gasset, no ya como conservadores e hijos del privilegio, sino como buena descendencia del trabajo austero de nuestros mayores, gastándonos algunos costosos pesos en un café -lujo de los pobres-, podremos observar la otra exacerbación, ya no la de la masa ocupando los espacios públicos, sino la de la gran cantidad de privilegiados del Régimen otrora atizador de banderas populares, ostentando sus suaves y encorsetados trajes avenidos de Miami, tras las selfies de los sunset de moda, y los relojes inteligentes ostentados tras la ventanilla de los volantes de las aparatosas camionetas en la salida de los shoppings, markets y countries… como otra gran y llamativa masa creciente, la del privilegio extendido, usurpador de la reivindicación de la necesidad más elemental, como una nueva oligarquía, no ya terrateniente, sino urbana y populista. Algunos raros peinados (no tan) nuevos.

No ya el disfrute de los objetos por el trabajo propio, digno, y constante, sino el botín tras el juego del discurso de la pobreza como negocio personal.

Por Matías Edgardo Pascualotto. Máster en Historia.


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