Más noticias | Sociedad
Actualizado el 24 de Mayo de 2017


Edificio Deteriorado, pero con Recuerdos Intactos


Leandro Baldivieso, es uno de las tantas personas que fueron formadas en la Escuelita de El Ñango Nº 1.346, después de muchos años vuelve el periodista al lugar y relata algunas de sus vivencias cargadas de nostalgias.

Las redes sociales están cargadas de cosas que en la mayoría de los casos sólo sirven para mostrar de que formamos parte de una sociedad, que en la era de las comunicaciones, está incomunicada. Este caso es la excepción que confirma la regla. Leandro Baldivieso es músico y periodista de amplia trayectoria y el hecho de que se tome el tiempo necesario para compartir momentos importantes de su vida en el Facebook, es un regalo que a los usuarios de la red social nos llega cada tanto.

El siguiente texto es escrito por Leandro Baldivieso en su muro de Facebook.

En este texto solo encontrarán nostalgia.

Los que quieran evitarse el trámite pueden encontrar mejores cosas para distraerse.

Los que quieran seguir, serán testigos de mi visita a lo que queda del edificio de mi escuela primaria. La escuela rural de mis primeros dos años de instrucción escolar inicial. Afortunadamente estaba anticipado de lo que encontraría, pero eso no mitigó el nudo en mi pecho mientras que mi querido cuñado Juan Manuel Agüero me acompañaba en la visita.

Fue en el año 1975 en el que la Directora de la escuela, Yoli Pupato, le dijo a mi vieja: “Que venga, es chico, pero creo que va andar bien”. Tenía solo cuatro años y me mandaron derechito a primer grado.

Las pocas escuelas nacionales existentes todavía se permitían esas hermosas barbaridades. Y así fue. ¿Jardín de Infantes? No, existía en esa escuela.

En 1975, con 4 años inicie mi primer grado y lo terminé con medalla de mejor alumno. ¿Qué tal? Y fue allí, en ese edificio que vemos en las fotos. Ese lugar, que ahora es perfecto como locación de una película de terror o suspenso fue el lugar donde decenas aprendimos las primeras letras y los primeros números. Todavía recuerdo a mi querida Marcelina, la celadora, cocinera, amiga, etc., cuando entraba al aula en los recreos con un balde de agua y una lata con la que mojaba el piso. Era de tierra. No teníamos contrapiso. En el recreo regaba el aula para que no se levantara polvo y nos ensuciara los útiles. Se iba muy rápido, tenía que prepararnos la leche que nos daba en el segundo recreo. Un día en el patio, una especie de territorio cercado por cuatro aguaribay que servían de estadio, un amigo (el hijo de la Marcelina) me tiro medio tronco en un charco cerca de los pies que produjo barro en mis Pampero Infantil. Fue tanta la furia que nos mandaron a la dirección. (Es la habitación más pequeña de las fotos).No te hagas el gil que fuiste vos Rafael Leonardo González. Mi única visita a la dirección. Y hoy volví. Encontré un camoatí. Solo allí podía estar.

El inevitable paso del tiempo golpea a la materia, es inevitable. Pero este edificio conserva inexplicablemente una foto en su pared externa. La de niños felices que van a la escuela. Nos es menor. Es el documento perfecto que nos recuerda que el tiempo puede pasar, pero la huella de esos docentes y esos amigos no se apagará jamás. Si hasta me acuerdo de la joven delgada que dibujaba ese mural. Mi escuela Rural. La 1-346 Carlos Saavedra Lamas, pero a mí me gusta decirle, la vieja “escuelita del Ñango”. Se pueden desmoronar sus adobes, pero su huella permanecerá intacta por toda la eternidad.


Etiquetas:




Click en la foto para ampliar.



















Desarrollo de Pizza Pixel